Atahualpa Yupanqui - El alazán

El Canto del Viento - Atahualpa Yupanqui






 algunos relatos y poemas del libro "El Canto del Viento" de Atahualpa Yupanqui 

Relatos 

Infancia 
Atahualpa nació en Pergamino, en un medio rural, entre lo bárbaro y lo dulce. No tuvo una infancia normal con juguetes y demás; su infancia consistió en aprender sobre su tierra y lo que en ella sucedía. 
Su casa era humilde, pero sin vicios, alcohol y tabaco no se podían encontrar en ella. Él y sus hermanos se divertían cabalgando, y escuchando las vidalitas que su abuelo solía tocar. Pero no todo fue felicidad ya que un día le ocurrió algo que impactó su sensibilidad: la muerte de Genuario Bustos, un gaucho que él admiraba, el cual fue asesinado a tiros por la espalda, algo tan cruel que cambió el concepto de muerte que hasta ahí tenía Yupanqui, ya que hasta entonces sólo había visto matar novillos y reses. 
Cerca de la estación ferroviaria, se encontraban los galpones donde se almacenaba el cereal que los gringos traían desde las colonias. Allí trabajaban en su mayoría pampeanos, los cuales hombreaban, acomodaban, pero sin dejar de exponer sus refranes y coplas sobre diferentes temas. Atahualpa disfrutaba oír esto, y le encantaba subir por el tablón. Pero más se divertía cuando se juntaban en algún galpón los paisanos a contar cuentos y hacer lucir sus guitarras al ritmo de unas cuantas milongas, las que contaban diversas historias y los hacían “viajar” hacía el recuerdo. Mientras que esto sucedía, la música de ese instrumento endulzaba los oídos de Atahualpa, y el canto de estos estibadores hacía que el niño Yupanqui los glorificara y los considerara los “príncipes de su propio continente”. 
Gracias a esto, el autor fue descubriendo, tarde a tarde, el canto de las llanuras, y encontraba una gran variedad de estilos, donde cada cual expresaba mediante su música lo que la pampa decía. Es por eso que estos hombres penetraron en El canto del Viento. Ellos tomaron lo mejor de él, pero también le devolvieron sus propias melodías, nuevas o viejas, las cuales expresaban lo mejor que sabían hacer. 

Hacia el Norte 
Una noche, el padre de Atahualpa le dijo que debían partir hacia Tucumán. Lo que le alegró, ya que ahora podría ser él también un buscador de cantos perdidos que el Viento solía llevar. 
Fue en agosto de 1917 cuando emprendió el viaje en tren. Prefirió el lugar junto a la ventanilla para observar y regocijarse con los paisajes. Muchos muchachos saltaban hacía la ventana a ofrecerle falsas empanadas de pollo, entre otras cosas. Hasta que llegó la noche, haciéndole borrar de su mente, aunque sea por un momento esa pobreza que lastimaba su alma. Cuando llego el amanecer, la tierra tucumana recibió a un pequeño de diez años que llegaba desde la pampa con su guitarra y un cuaderno para anotar las impresiones que tuviera desde su partida de su lugar natal. Pero quién sabe porqué, Atahualpa no anotó nada de Tucumán, todos aquellos recuerdos quedaron grabados en su corazón. 
En cuanto a la música, allí los rasguidos de la guitarra eran precisos, firmes y suaves a la vez, más fuertes en los primeros cuatro compases, luego cobraban una ternura especial, y en ese momento es en el que el bailarin extendía su brazo. Yupanqui dice haber conocido montañas, pero ninguna tan llena de música como el Aconquija, que en cada roca guardaba cantares del Viento. 
Pocas eran las zambas que llevaban nombres definidos, generalmente era reconocidas por alguna frase popular de su estribillo o letra, o por el lugar o región donde fueron escuchadas. Por ejemplo, “La del Manantial” o “La carreta volcada”. Pasados los años el autor volvió a oírlas, pero ya cambiadas, sea en su melodía o su nombre. Durante años las melodías tucumanas pasaron sin que a nadie se le ocurriera cambiarlas, eran canciones del Viento, y por más que hubiera muchas versiones de una misma zamba, todas estas tenían un mismo carácter tucumano. Porque cada territorio tiene su canto, su manera de cantar. El hombre habla el lenguaje de su tierra, el cantor traduce lo que ella le dice. 

Entre Ríos 
Atahualpa llega a Entre Ríos con un papel para Aniceto Almada. Luego de recorrer varias ciudades para en Rosario del Tala. La recorre, saludando a cada paso a algún habitante, aunque sin conocerlo, pero era costumbre allí saludar por doquier. 
Se dirige hacia el mercado de carnes, para buscar a un hombre que le había indicado Almada, éste era Cipriano Vila. Era el dueño del puesto de carne, por lo que tuvo que esperar que éste cerrara. Cuando lo hizo, bastaron pocos minutos y palabras intercambiadas para que Vila supiera quién era Yupanqui. 
Luego de esto, el autor se instalo en Entre Ríos por un año, en donde don Cipriano le presentó a un amigo tan cordial como él: Clímaco Acosta. En esta provincia, conoció mucha gente discreta, buena y hospitalaria. 
El cantar entrerriano era parecido al de los uruguayos del norte, tenía algo de guaraní y también algunos aportes pampeanos. Entre Ríos era más devoto de los refranes, de los cuentos y chascarrillos. En estos pagos Atahualpa escuchó cientos de historias sobre el “lobizón”, cada una con más o menos características, ya que según él, en la tierra entrerriana es donde más versiones existían de aquella historia. Ésta y otras leyendas eran contadas seriamente con mate en mano, mientras los niños escuchaban atentamente. 
En ese año el territorio entrerriano, Atahualpa pasó por diferentes rubros y empleos: músico, coplero, maestro, tipógrafo, cronista, etc. 
Nuestro autor, para ir hacia su casa, debía pasar por una casona grisácea, de varios balcones. Él se quitaba el sombrero cada vez que pasaba por esa casa, sin jamás haber entrado, ese era su modo de honrar a Martiniano Leguizamón. 
Por más cantos y guitarras que escuchara en la tierra entrerriana, jamás se olvidaría Atahualpa de aquello que pasó junto Clímaco Acosta y Cipriano Vila, ya que ellos también le devolvieron al Viento su canto perdido, y alimentaron el alma de un muchacho buscador de aventuras. 

Poemas 

Tiempo del Hombre 
Mediante este poema el autor hace referencia a lo que el hombre es hoy en día, lo que lo compone, lo cual no fue una construcción de meses ni años. La Historia del Hombre comenzó hace muchos milenios atrás, y en ese transcurso el ser humano ha evolucionado hasta llegar a ser lo que es. Yupanqui lo que rescata de este avance es “la palabra”. Antes nos comunicábamos por medio de gestos y por medio de la acción, luego se creó el lenguaje para emprender el camino a la verdadera comunicación. Sin embargo, en el tercer párrafo del poema, Atahualpa nos invita a comprender cómo este recurso tan magnífico como lo es la verbalizad, también es un arma de doble filo según como sea empleada. Las palabras pueden ser nexos que unen, pero si son mal utilizadas, pueden herir. Con el mal uso de las palabras lo seres humanos crearon la blasfemia. 
En el cuarto párrafo, mediante sus metáforas menciona los lugares que recorrió, los paisajes que conoció y las historias que de ellos le quedaron. Cada lugar trae consigo una historia, y eso es lo que Atahualpa recalca. Para éste, la naturaleza cuenta con una sabiduría inmensa, y de ella el hombre puede y debe aprender mucho. El autor entiende la naturaleza, y no es casual, ya que como todo ser vivo, es parte de lo natural. 
Finaliza este poema comentando sus andanzas por el mundo, en donde no le presta atención a un gran impedimento del humano: el tiempo, aquello que nos limita y nos impide disfrutar las cosas buenas de la vida debido a la rapidez con la que en nuestros tiempos vivimos. Yupanqui nos enseña a recorrer la naturaleza, que le brinda además de su belleza, todo el caudal de su saber. 

Destino del Canto 
Nadie puede apagar los sueños porque éstos siempre renacen, están hechos para ser cumplidos. 
Atahualpa mediante este poema dice que aquello que impulsa al artista a crear va más allá de él mismo, es un mandato de la misma tierra, que lo sigue a donde vaya para traducir su pena, su alegría, su soledad. En el trayecto pueden atravesársele muchas piedras en el camino, pero nada lo detendrá porque no es solo su sueño, es el sueño de su tierra. Pero este anhelo no es vanidoso, sino que requiere sacrificio. Mediante los artistas, los pueblos encuentran la belleza, el amor, la muerte, etc., y la gratificación que aquellos creadores de arte reciben, es que al morir serán anónimos, pero su canto será libre. 
* A continuación del poema, Atahualpa nos habla de los verdaderos artistas, diciendo que son aquellos que convierten en arte su forma de bailar, cantar o simplemente mirar. Son aquello que de sus costumbres hacen algo maravilloso y admirable, es decir, arte. 
Durante la presidencia de Alvear se realizaron distintos actos líricos y de canto popular, como también danza. Numerosos artistas asistían de diferentes pagos, todos con su temario bien aprendido, con aquello que representaba su tierra. También acudió gente del Uruguay, con su respectivo folklore. Pero a pesar de esto, no tardó en verse la vanidad de algunos nuevos “artistas”, que se enceguecen con sus ansias de llegar alto, sin notar el sacrificio que esto conlleva, y sin percibir, que lo mejor de un artista es su sencillez. 

Romance del entierro kolla 
En este poema Yupanqui describe un entierro kolla, donde se llevaba al muerto por la calle con una cruz de madera sin nombre. Detrás de esto, le seguían las “lloradoras”, quienes tenían la función de transmitir el dolor familiar por medio de llantos. En estos “desfiles funerarios”, la vida y la muerte iban de la mano paródicamente. Por un lado el muerto y por otro, todos aquellos que lo sufrían pero que en algún momento serían también víctimas del más allá. 
Atahualpa dice que quien lleve la muerte posee una fuerza vital, es decir, para morir primero es preciso estar vivo. La muerte es tan grande que muchas veces el hombre no la puede comprender, ni muchos menos explicar. Yupanqui finaliza diciendo que luego de la vida, sigue la soledad para cada uno de nosotros, y ésta es la muerte. 

Sin caballo y en Montiel 
Luego de treinta años sin pisar Entre Ríos, Atahualpa Yupanqui regresa, aunque no quiere pensar que es un regreso, ya que estos traen en sí algo de fracaso, sino que quiere ver su estadía como una nueva visita a la provincia entrerriana. Él notó el progreso de nuestra tierra, aunque todavía conservaban sus ciudades la vieja fisonomía. Inclusive vio asfalto en aquellas calles que unen las ciudades principales. Cuando divisó a la gente del litoral, los encontró agringados, pero al igual que siempre, cordiales y amantes de su provincia. 
Al estar en los pagos entrerrianos, fue inevitable en el autor recordar todo aquello que pasó allí. Sus amigos Acosta y Vila ya habían muerto, pero eran muchos los recuerdos que quedaban vivos en él. Recuerda su rancho, en la orilla montielera, que quién sabe ahora qué será, y por eso, para mantener el recuerdo vivo prefiere seguir su rumbo, no detenerse, y resguardar lo que vivió en su corazón y su memoria de paisano trotamundo. 


Conclusión 
Mediante “El Canto del Viento”, Atahualpa nos ofrece todos los saberes y el folklore que recolectó de todos aquellos paisajes y lugares que visitó en su aventura de “buscador de cantos perdidos”. En sus viajes aprendió a vivir en conjunto con la Naturaleza, a entenderla y a recibir de ella todo lo que ésta le dictase. De cada tierra, de cada lugar el autor se quedó con lo mejor de su gente, con sus costumbres, con lo que los hacía ser “ese” lugar y no “otro”. Aprecia, al igual que yo, los valores que tenía cada territorio, esos valores autóctonos que hoy en día se perdieron en su mayoría, y que sin embargo, sería bueno rescatar, porque constituyen la esencia de lo que el hombre realmente es. 
El libro nos deja varios mensajes, pero los que realmente me llegaron son: primero, aprender de la Naturaleza, ya que esta tiene mucho por darnos, y nosotros tenemos en ella mucho por traducir; segundo, que cada rincón de la tierra tiene su lenguaje, sus costumbres, su folklore, y ser un buen artista es hacer de lo nuestro, de aquello que verdaderamente es nuestro una obra de arte, y devolverle como dice Atahualpa, una hilachita al Viento; y tercero, que rescatando esos valores, aquellos que olvidamos, no solo estaríamos salvando nuestra propia esencia, sino también la esencia de lo que somos, y de lo que nuestra tierra es.
 

Revolución de los Niños



En esas tardes maravillosas cuando ves el ocre sobre los árboles, aun en la tempestad que podes estar  viviendo o los virtuales apocalipsis que algunos medios suelen crear.   Nunca te podías imaginar en tu cerebro que muchas veces recurre nada más que a su propuesta egoica. Solo pueden acceder los artistas locos, aquellos locos que inventaron el amor, esos que tenemos dentro cuando nos aventuramos a vivir creativamente.
Libertad de los niños que te desconciertan y que caminan sobre tu pensante intelecto, diciéndote entre tus manos aquí hay un misterio que no podes vislumbrar sin la mirada sencilla y presente de los niños.
Los sueños son libertad, quien no quiere que su sueño despierte para derrotar a los poderosos que caerán por siempre. Sé los prometo Dios esta vivo y él desde la muerte nos dio la Libertad más grande. NO HAY MUERTE SIN VIDA Y VIDA SIN MUERTE.
Todo es para todos y en esto es engendra la verdadera libertad,
Podrás tener grandes cruces y miles de misas, pero el ojo de Dios ve los corazones y esos no tienen puertas, los pequeños nos abrirán la puerta y solo ellos nos preguntaran como amaste. QUE NOMBRES TENES EN TU MANO.
Esta es la revolución del Amor no hay otra.
Esa sencilla y oculta que va lentamente y suavemente minando los duros corazones de los que han perdido su rostro en el desván de las oscuridades e intentan instalar desde este ocaso las atrocidades contra la dignidad humana, no aquella dignidad que es proclamada desde la hipocresía de siempre
Esa revolución no tiene miedo al que mata el cuerpo porque sabe que su apoyo le viene del Señor que se hace Pueblo sencillo y habita entre nosotros.
Libertad para mi niño. Gracias Silvio Rodriguez

2002


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